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En kayak desde Escobar a la Isla Martín García: Crónica de un travesía invernal

Airelibredigital.com » Aventura
Autor: Francisco Satriano, Año 2020

El reloj y la gente subiéndose a los botes me hicieron saber que se acercaba la hora de partir. Así, a las 6,30 de la mañana del día más frio de año, comenzaba la travesía invernal a la isla Martín García. La fecha elegida por los 16 palistas para internarse en el Delta rumbo a la legendaria isla fue el fin de semana del 9 de julio. Sabíamos de ante mano que el frio estaba asegurado, confirmaríamos más tarde que no estábamos equivocados…

 

 

 

El reloj y la gente subiéndose a los botes me hicieron saber que se acercaba la hora de partir. Así, a las 6,30 de la mañana del día más frio de año, comenzaba la travesía invernal a la isla Martín García. La fecha elegida por los 16 palistas para internarse en el Delta rumbo a la legendaria isla fue el fin de semana del 9 de julio. Sabíamos de ante mano que el frio estaba asegurado, confirmaríamos más tarde que no estábamos equivocados…

Antes de las 7,00, la pequeña flota dejaba la playa del Club de Remo y Náutica de Belén de Escobar, abrigados como para atacar la cumbre del Everest. El termómetro marcaba -1 grados. Cubiertos por la bruma, el reflejo de las linternas frontales mantenía al grupo navegando unido; nos esperaba todavía una hora más de escasa visibilidad.

Navegando rio abajo por el Paraná de las Palmas, la oscuridad fue dando paso al sol, que además de mejorarnos la visión, elevaría la temperatura unos grados. La flota venía en silencio. Las bocas tapadas y las orejas cubiertas por gorros de lana, evidenciaban la escasa sensación térmica.

La salida del sol fue festejada, mejoró el humor y comenzaron a escucharse las primeras risas y comentarios. Alrededor de las 9, decidimos parar a desayunar. Faltando poco para ingresar al Pasaje el Sueco, dos remeros de Tigre nos permitieron desembarcar en la bella casa que estaban cuidando.

Infusiones, galletas y frutas secas repusieron fuerzas y mejoraron el ánimo del grupo. Agradecimientos y saludos mediante, retomamos la remada enfilando hacia los Bajos del Temor. Con varios grados más de temperatura y algo caliente en el estomago, la remada se volvió más placentera.

Para entonces, las condiciones del rio eran óptimas y el grupo navegaba relajado. Palada tras palada, fuimos atravesando los bajos hasta encontrar la desembocadura del arroyo Diablo.

 

 

 

 

Reagrupe, hidratación y a palear nuevamente hasta la parada de almuerzo. A la mitad del Diablo. Teu Raggi, nuestra capitana en esta travesía, nos indica que estábamos llegando al lugar indicado. La casa de un isleño que nos permitiría almorzar allí. Lo conocían de una travesía anterior.Ese tipo de cortesías es el producto de la relación que los kayakistas van estableciendo a su paso con los isleños, y que tiene como pacto fundamental la idea de dejar el lugar tal como lo encontramos al llegar, sin la basura que nosotros generamos.

De a uno fuimos desembarcando lentamente, el frío y la cantidad excesiva de ropa demoraban la maniobra. Comimos rápido, parados y sin dejar de movernos para no perder el calor que tanto nos había costado conseguir.Tan solo media hora nos tomamos para reponer energías. Los tambuchos se cerraron y otra vez al ruedo. Ya no volveríamos a tocar tierra hasta llegar a la Isla.

Cuatro horas nos separaban de nuestro destino. Unos 40 minutos más de remo por el Diablo y el Paraná Mini se dejó ver. Con el impulso con el que veníamos, lo cruzamos y entramos en una especie de atajo para ganarle unos metros a la corriente. Ya estábamos navegando las aguas del Río de la Plata.

Tratando de ir lo más cerca de la costa posible para evitar la corriente en contra, comenzamos a remontar el primer cruce. Si bien el río bajaba lentamente, una pequeña brisa de popa nos alivianaba la tarea.

Con rumbo al noreste, cruzamos los Pozos del Barca y en media hora más, entramos en el Canal Petrel. Al reparo de la Isla Santa Lucía tuvimos la primer vista de Martín García, la mítica isla, último afloramiento del Macizo de Brasilia, que se eleva y se destaca sobre los islotes aluvionales.

Muchos kayakistas de toda la región llegan a la Isla todos los años durante los feriados de la Semana Santa para el Encuentro de camaradería que ya lleva más de una década. Otro clima, otras condiciones climáticas pero siempre la misma reacción cuando sobre la boca del Petrel se toma contacto con la Isla. La euforia, los chiflidos y arengas no tardan en aparecer. Esta vez no sería la excepción.

El cruce del Canal Buenos Aires fue tranquilo y en tan sólo 50 minutos arribamos a los juncales junto al muelle. El río, nos había dejado pasar. Fuimos, como siempre, bienvenidos en la Isla. Allí nos esperaba Ariel Arce Ramos, quien alertado de nuestra llegada por Héctor Alonso, responsable del CANE,nos estaba esperando con mate y un baño caliente. Sólo un kayakista cansado y pre-hipotérmico sabe lo que ello significa.

Subimos los kayaks, empacamos las vituallas y nos dirigimos hacia el Camping de los Grumetes, emplazado en la antigua base naval. Ya instalados en los dormis, comenzamos a relajarnos. Algunos eligieron dormir una siesta, otros comunicarse con sus familias para informar la llegada y el éxito de la primera parte de la travesía.

Por la noche, en la cocina del camping se desata la bacanal: fiambres, quesos y demás exquisiteces son devorados con premura, algún vino también aparece. Luego de la cena, el grupo decidió recorrer la Isla. Una hermosa caminata por calles y senderos, que ayudó también a la digestión. 

La noche transcurre plácida entre algunos ronquidos, hasta que Gino comienza con su rutina de sonámbulo. Es reprendido enérgicamente.

El día siguiente será de descanso. Algunos caminan, otros duermen y otros reflexionamos sobre la cuadratura del círculo y la inmortalidad del cangrejo.  A mí, la isla me pega por ese lado…

Al mediodía Jorge y Gino nos deleitan con el ya clásico asado. La sobremesa se estira y las anécdotas e historias no se hacen rogar.

Con el resto de la tarde libre, y con la idea de cenar en el Comedor Solis, la gente se relaja.

El Solis es todo un clásico de la Isla, nos espera una cena caliente en un ambiente ameno y calefaccionado. Con Facu Martínez, nos decidimos por el pejerrey y no nos arrepentimos. Tremendo flecha de plata pescado en las cercanías que ya es un clásico del lugar. Tanto como lo son las historias que bien sabe contar su dueño Jose Maciel, excelente narrador y conocedor de la mítica y centenaria historia del lugar en el que supo encontrar la gloria el Almirante Guillermo Brown, que fue asilo y lugar de cuarentena de miles y miles de inmigrantes que llegaban a nuestras tierras y que supo también ser lugar de prisión y reclusión de presidentes como Hipolito Yrigoyen, Marcelo T. de Alvear, Juan Domingo Perón y Arturo Frondizi.

 

 

 

 

Terminada la cena, volvemos al camping, donde Darwin había preparado el fogón. Con la escenografía mística preparada y alguna espirituosa dando vueltas, comenzaron los relatos de terror, salidos de la pluma de Roberto Vilmaux, veterano kayakista y escritor aficionado. Esa sería la última noche en la Isla. Al día siguiente comenzaríamos el regreso.

Por la mañana, los despertadores comenzaron a sonar anunciando que debíamos desayunar y estivar el equipo para emprender la retirada, o mejor dicho, la segunda parte de esta travesía invernal: la vuelta, en dos jornadas.

Despidiéndonos de Ariel, quien nuevamente nos cebaba mate mientras preparábamos los botes, pusimos proa al norte rumbo a Timoteo Domínguez para acortar el cruce. Aproximadamente una hora nos tomó entrar al Petrel y ya con la última vista de Martín García, nos despedimos hasta pronto.

Desandamos el camino hasta la boca del Mini, donde reagrupamos y almorzamos sin bajar de los botes. Remontamos el río hasta el Club Motonáutico, donde pasaríamos la última noche de la travesía.

Ya instalados en el salón de actos del Moto, y mientras que algunos dormían una siesta, pude ver un sujeto practicando budú al son de una canción interpretada por los Blues Brothers, y varios personajes en trance que lo festejaban. Tal vez lo soñé, no estoy del todo seguro…

Cenamos los clásicos fideos con bolognesa que ofrece el lugar y nos tentamos con los panqueques de dulce de leche. Con la panza llena, el sueño estaba asegurado.

A la mañana siguiente, después de desayunar y de despedirnos de la gente del lugar, encaramos la última jornada del viaje. Unas seis horas más tarde, y después de una plácida navegación, estaríamos desembarcando en nuestro querido club, cansados pero con el corazón contento por haber compartido estos días de naturaleza y camaradería. Hasta la próxima aventura!

 

 

Autor: Francisco Satriano

Fb: Espacio Artico Remos

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